mayo 11, 2012

Cama y mesa

Camas separadas,
Beijo sem calor.
Camas separadas,
Fim do nosso amor
(Lindomar Castilho)


Hace unos días, mientras  me conducía en el bus hacia el trabajo escuchaba esta canción, que me recordó mi ya lejana infancia.  Lo que no sabía es que esa misma canción vendría a mi memoria, unas horas más tarde durante una cena en familia, por una razón que aparentemente no tiene nada que ver con ella.

Aquella noche el sitio elegido para comer era pequeño y había poca gente, la mayoría estaban en las mesas de la terracita a la orilla de la calle, entramos y nos acomodamos mientras alrededor quedaban varias mesas vacías.  Al poco de estar allí llegó una familia (o al menos eso parecía), eran cuatro: una madre (que era la que preguntó a cada quién qué iban a beber), una hija y un hijo (con un asombroso parecido entre los tres) y otra chica que ya puesta a armar la novela, bien podría decir que era una amiga de la hija, una prima o tal vez la novia del hijo en cuestión; se dirigieron al sector donde había mesas vacías y se sentaron.  

Lo que sucedió a continuación es parte de la cotidianeidad en los tiempos modernos en El Salvador y tal vez en cualquier lugar del mundo; es tan usual que ya ni debería extrañarme, pero la verdad es que aunque sea frecuente, algo dentro de mí se niega a reconocerle como "normal"; por eso quiero que sea la base de esta reflexión que desde hace tiempo he querido hacer y, que ha sido motivo de innumerables conversaciones con algunas de mis amistades.

La razón que trajo a mi mente la canción escuchada en el bus y que motiva a contar el suceso es que aquellas personas se sentaron en mesas separadas.

Las parejas quedaron así: las dos muchachas en una y el chico y la madre en otra. Motivo: desconocido.  Suposición: comodidad para no ser interrumpidos. Escena: cada uno tenía en sus manos un teléfono de esos a los que la gente le gusta llamar su Bibi, su Smart(phone), o su Iphone y para más inri, el chico tenía dos.

Como a mí no se me escapan esos detalles, me quedé mirando interesadamente y fue entonces que la canción de aquellas camas partidas sonó en mi memoria y lo siguiente interrogante me asaltó sin aviso: ¿Camas separadas? Maybe.  Pero: ¿Mesas separadas?

A la ligera, lo primero parece revelar cosas más serias que lo segundo; pero ya pensándolo más despacio y reconociendo el principio de realidad de que las camas pueden separarse por muchas diversas razones (sin descartar la agonía de un amor), pero también entre esas razones hay algunas que no tienen que ver con desuniones ni fracasos, y refuerzo mi inquietud con las preguntas que me acometieron esa noche:

¿Estamos ante el ocaso de los tiempos en que salir a comer o beber con más gente era sinónimo de conversaciones, risas, diálogo, escuchas, ojos que se miraban, encuentros cercanos, confidencias y demás?

¿Debemos resignarnos a comunicarnos con la gente por medio de pequeños mensajes enviados a través de medios electrónicos porque definitivamente la capacidad para conversar frente a frente va quedando en desuso?

De tan común que son esas escenas, pienso que los detalles estarían de más, así que nada más voy a decir que en el transcurso de la comida lo que se veía es un chico intercambiando de teléfono cada dos por tres (ahora en la mesa, ahora en la mano), cero conversación y cero cruce de miradas porque los ojos estaban clavados en una pantalla, de vez en cuando alguien mostraba a otro algo de lo que estaba viendo y, por último, hay que reconocer que lo que también hacían era dar una demostración magistral de una de esas destrezas de la modernidad: enviar mensajes con una sola mano, sin mirar las teclas y a la velocidad de la luz (con la otra cenar).

Este es un tema trillado entre mis amigos y yo, incluso con algunos que tienen su propio aparatitos de esos para estar conectados todo el tiempo; pero haciendo uso de mi derecho a quejarme y en nombre de quienes no tenemos esas costumbres quiero hoy decirles con todo respeto: ¡malcriadas y malcriados! y si es usted una persona de esas a las que le encanta vivir "conectada" y ni se dan cuenta de lo mucho que ignoran el mundo que les rodea, si lo prefiere no sigan leyendo, porque aquí le va:

-     Nos molesta sentarnos a la mesa con alguien que no nos hace caso por estar enviando mensajes, ¿Por qué mejor no se ven con la persona con la que hablan por chat? ¿Por qué mejor no se quedan en la casa o salen a solas para ponerse a chatear a sus anchas?
-        Nos molesta que estando en el cine, el teatro, un concierto o cualquier otro evento de esos donde se apaga la luz para que no interfiera con el espectáculo, la gente se sienta con el derecho a subir la mano y empezar a grabar con la luz de su aparatito telefónico alumbrando hacia el público sentrado atrás de ella… ¡Nos enoja!, nos dan ganas de pedir que les saquen, que establezcan lugares separados para quienes quieren solamente disfrutar y para quienes quieren grabar todo y perderse con ello los detalles…
-        Nos asusta ir en el carro con alguien que además de conducir quiere ir enviando mensajes (¡aunque digan una y otra vez que pueden hacer varias cosas al mismo tiempo!)

Cuando veo gente en los restaurantes que no hablan, no se miran, y ni siquiera ponen atención a las personas con quienes comparten por estar escribiendo en su teléfono, siempre pienso que lo que sucede en realidad es que, o ellas y ellos están en el sitio y con las personas equivocadas, porque sin duda esas con las que conversa por el medio electrónico son más interesantes, más importantes, o simplemente de mayor prioridad que estas que han tomado un tiempo para un encuentro "en persona", o bien por otro lado, las personas que dedican un poco de su tiempo a personas como esas, están en realidad perdiendo horas valiosas con gente mal agradecida.

Es cierto que hasta hoy eso de las tecnologías telefónicas no ha sido nunca, ni mi pasión, ni mi fuerte; sin embargo espero que -tenga el aparato que tenga- me acompañe la suerte de quienes a pesar de todo no pierden el interés por el mundo que les rodea.

Hasta la luna de estos días  (la "Súper luna" le llaman) siempre he pensado que la comida es un compartir que construye y fortalece las relaciones entre los seres y a menudo me siento agradecida por  la dicha de haber crecido en una familia, donde parte de la educación consistió en "comer en la mesa" y más aún, que la hora de comer es la misma para todas las personas que estábamos en la casa.  De esa forma aprendí a disfrutar tanto las comidas compartidas, como la sobremesa.

Sé que hoy ya no contamos historias alrededor del fuego como antes, porque la verdad es que ya ni siquiera encendemos el fuego, es decir, reconozco que los tiempos cambian y también reconozco que a mí me cuesta mucho adaptarme a las nuevas cosas, acaso por sentirme a menudo tan hija de los tiempos de antes. Sin embargo, espero que aún falte, por lo menos el tiempo que me reste de vida, para que eso de conversar se vuelva un arte exclusivamente de un chat… mientras tanto, respondo a mis preguntas de aquella noche de esta manera:

¿Camas separadas? por mi parte espero que NO; porque soy una persona que opina que dormir junto a alguien es rico y admiro a los viejos que siguen haciéndolo hasta el final... (Romántica de mí...) 

¿Mesas separadas, o una sola pero con mi acompañante necesitando utilizar el tiempo en que estamos juntos para atender los asuntos externos desde su teléfono? ¡NO!; Y si eso ocurre prefiero levantarme e irme a otro lado. Eso no es negociable.  He dicho.

"♪♫Camas separadas, besos sin calor, camas separadas, fin de nuestro amor♫♪"

Nos enchufamos, gracias!


imagenes contadores

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