«Volver a volver a empezar». Eso dice una canción de Sabina.Volver a casa, volver a la rutina,Volver al trabajo, volver a verte,volver a leerte, volver a tenerte,volver amar.«Volver con la frente marchita» es lo que quería Gardel,«Y volver, volver...volver, a tus brazos otra vez»nos hace desear la nostalgiaaunque no sea posible o simplemente volversea igual a perder...
Hace un año empecé a trabajar en mi actual empleo haciendo entrevistas a consumidores activos de crack y otras sustancias, desde entonces paré de ir a la frontera y sé de lo que allí sucede nada más por lo que me va contando mi mamá que sigue trabajando con sus ventas de bolsos para mujer y pasa por allí un par de veces a la semana.
En medio de lo que suman tan sólo 12 meses, han cambiado muchas cosas, algunas triviales como que alguien fue movido unos metros de donde antes vendía, pero otras cosas se transformaron para siempre sin retorno. Por ejemplo: Seis personas murieron por distintas causas, alguna incluso víctima de la violencia que impera en estos países como «don Panchito» quien era el cambiador de moneda con el que oficialmente cambiabamos los dólares a quetzales y viceversa tanto mi mamá como yo -por las tardes-. Hace unos meses, al terminar un día de mercado, mientras caminaba hacia sus casa con su esposa y su nieto, unos asaltantes les salieron al paso, tomaron al niño en sus brazos para amedrentar y que los demás entregaran lo que llevaban y en un acto de legítima defensa don Panchito quizo proteger a su familia y recibió las balas que lo mataron instantaneamente...´
«La niña Blanquita» también cambiaba moneda y con ella -igualmente de forma oficial- cambiabamos por las mañanas. Llevaba a cuestas una diábetes crónica junto a quién sabe qué otros males que combatía con medicinas tanto químicas como naturales, estaba siempre sentada en la puerta de su casa junto a su esposo cada día de mercado cambiando dólares y quetzales, entregando rollitos de papel higiénico para el baño que era el "otro negocio de la familia", mientras sus hijas vendían ropa a la orilla de la casa. Un día su esposo -que a simple vista no padecía de ninguna enfermedad- se levantó, se bañó, se puso la ropa y cuando se alistaba para salir de casa se sintió cansado, le dijo a ella que iba a dormir otro ratito mientras ella se terminaba de arreglar... se durmió en su cama y no volvió a despertar. La niña Blanquita se quedó muy triste y hace un mes le siguió en el camino que lleva más allá de la vida...
Como ellos, murieron de enfermedades repentinas otras personas que no llegué a conocer como a don Panchito, ni a la niña Blanquita y su esposo, pero a quienes veía como parte de todo aquel escenario que da vida a la frontera cada lunes y cada viernes: días de mercado. Una chica de unos 22 años que tenía una comedor junto con su hermana Un hombre de unos 60 que vendía a unos metros de donde a veces se ponía a vender mi mamá Una señora del mismo sector que un día guardó la ropa, se fue a su casa y se tomó unas pastillas para matar ratas Un chico de veinte y poquitos años al que una leucemia repentina y fulminante le quitó la vida en menos de un mes...
«No podemos bañarnos dos veces en el mismo río» decía Heráclito el filósofo griego, según él «el universo no es sino un continuo devenir en el que todas las cosas están sometidas a un cambio incesante».
Volver a la frontera en este agosto me hizo recordar ese pensamiento... en el camino de ida le explicaba a la Peque un poco de aquello que ibamos a encontrar, le daba recomendaciones para que no le fueran a sacar el dinero de la cartera, que si una cosa y otra y en algún momento también le hablé de lo fragil que se ve la vida en sitios como esa frontera; antes de llegar le hablé de la gente que conocí y que había muerto en este año, pero -ahora lo sé- en el fondo de mi ser no había una realidad sobre lo que significaban esas ausencias, era como si no hubiésen pasado los meses y al bajarnos del bus todo fuera igual a como lo conocí y lo viví un día. Pero claro que no, no fue y no podía ser así. Heráclito tenía razón: nada permance, todo cambia y no es posible volver jamás.
Llegamos a la frontera y nos dedicamos a comprar, allí las ventas, la gente, la ropa y todo lo demás que se comercia en ese lugar. Las calles siguen siendo iguales, la aduana, el puente, la oficina de migración, las ventas de comida, zapatos, perfumes, miles de personas caminando, unas vendiendo, otras comprando, también en el camino antes de llegar, a eso de las 5 de la mañana, en medio de toda la gente que habia llenado -literalmente- el autobús, le comenté a mi amiga que en ese bus ibamos todas y todos: quienes van a vender, quienes van a comprar, quienes van allá para pedir e incluso, quiénes van para robar... Unas y otros «buscándose la vida» de cualquier manera...
A las 6:30 a.m. llegamos. Iniciamos nuestro recorrido convirtiendo los dólares en "muchos quetzales", desayunamos en el lugar de siempre, recorrimos aquellos kilómetros, compramos, caminamos bajo aquel sol inclemente, nos reimos de muchas cosas, sacamos conclusiones, nos cansamos, nos fuimos a meter al río, comimos pescado fresco -y delicioso- en un sitio confortable y en medio de una naturaleza casi virgen, nos subimos al bus de regreso, en el camino nos dormimos y volvimos a casa agotadas pero satisfechas.
Al llegar a casa me di un buen baño, me acosté en la cama y dejé que el ventilador secara mi cuerpo, recordé todo lo que había vivido durante el día que dio inicio a las 3:00 de la madrugada, recordé otros días más lejanos, rostros, nombres, risas... me empecé a quedar dormida y casi podría jurar que soñé con el río , pero no ese donde aquel 3 de agosto nos refrescamos con mi mamá y mi amiga Carmen Eu, sino otro, uno que fluye y en cuyas aguas no es posible volver a bañarse nunca, porque la naturaleza y los ciclos de la vida imponen un cambio imposible de detener.