Es el  año 2011,  mi hermana cumplió 34 el último día del pasado mes y febrero  va como en bajada y sin frenos... últimamente siento como si abro los  ojos, pasan mil cosas, los cierro un instante, es un nuevo día y todo  vuelve a empezar casi sin dejarme tomar aliento...
El  sábado 5 de febrero celebramos en casa de mi amigo Raúl -como ya es  tradición-  "la fiesta de la Luz" o de "La Candelaria" según la  tradición cristiana.   Este año decidimos que íbamos a dedicar la  celebración al tema de la niñez, especialmente aquella desprotegida y  nuestro tema de reflexión fue "La salvación que viene de los niños y niñas pobres".  Tema difícil, puntos de vista diferentes pero al final una sola petición "Venga a nosotros la LUZ".
En  medio de la reflexión todas y todos fuimos invitados a escribir en unas  tarjetas los nombres de "las niñas y los niños de nuestra vida", pero  no sólo aquellos a quienes amamos sino también a esas y esos que vemos y  cuyos nombre tal vez ni siquiera conocemos... el niño que reparte el  pan, el que se para cada mañana en el semáforo, los niños y las niñas  del barrio, los que habitan las zonas empobrecidas, esos que han sido  tomados como bien de goce por adultos sin escrúpulos, las niñas y niños  prostituidos, marginados, explotados, abandonados… pero niños y niñas a  fin de cuentas. Colocamos las tarjetas al centro del altar y la luz de  las velas que trajimos para la celebración alumbraron su presencia y fue  nuestro pensamiento: "Venga a nosotros la LUZ".
Mientras  compartíamos la reflexión esa noche surgió la duda sobre si lo que  sucede a la infancia y la juventud "de ahora" en cuanto a la violencia y  la delincuencia tiene que ver con faltas de sus madres y padres o es  simplemente que la desobediencia tiene su precio... difícil sacar  conclusiones y a mí en ese momento me vino al recuerdo una anécdota  que escuché en mi trabajo.  Nos la contó Marina,  una mujer de mediana edad, viuda desde hace 19 años y que ha criado a  sus hijas y su hijo sola en uno de los municipios más violentos de esta  ciudad capital: Soyapango.   Agradezco a Marina por autorizarme para contarla. Antepongo a este relato nuestro deseo de la  noche de la candelaria:   “Venga a nosotros la LUZ".  
No eran ni las 7:00 cuando esa mañana de enero estaba en la cocina de la oficina intentando descubrir si una tacita de café negro y sin azúcar podía  inyectarme energía para comenzar el día.   Hablaba con quienes iban llegando sobre  cosas cotidianas como los buses llenos, el frío que hacía esa mañana,  que si aún teníamos sueño, que si anoche alguien tuvo insomnio, cuando  ella, Marina (que además cumplir con sus quehaceres en la oficina se toma el trabajo  de comprar fruta en el mercado cada mañana para que complementemos  sanamente nuestro desayuno) nos contó así con la ligereza con que se  cuenta un sueño (o una pesadilla) y sin  ni siquiera quitar los ojos de  la sandía que estaba partiendo que “anoche la diabetes le había jugado una mala pasada porque la puso a temblar:  Literalmente".
Son  tiempos violentos, inseguros y muy difíciles, dicen que en todos lados,  pero con propiedad lo puedo decir de El Salvador: son tiempos difíciles  en muchos sentidos, pero me voy a centrar en uno en particular: ser  madre.
Supongo  que igual de difícil lo tendrán los padres y aunque personalmente no  pienso que una madre ama más o que una cosa es más sublime que la otra,  quiero referirme este día en específico al rol de madre en honor a esas  miles de mujeres "jefas de hogar" que son madre, padre, proveedora,  educadora, apoyo y timón para sus hijos e hijas, ya que la mujer que me  inspira este post es una a la que admiro por la manera en que  enfrentando una viudez prematura a tan sólo 8 años de haberse casado con, como ella dice, “el amor de su vida”.    Le tocó a Marina en su  día enrollar la pena y remontar no sólo con el dolor a cuestas sino además intentando sacar adelante a sus 2 hijas y su hijo del que hay que decir que tenía tan sólo 40 días de haber nacido cuando aquel día  ingrato un autobús se pasó llevando la motocicleta de su papá en un  semáforo.   Han pasado 19 años desde entonces y Marina con sus andares  mañaneros y su ir y venir en la oficina limpiando, barriendo, cocinando y  sonriendo ha ganado el sustento necesario para ella y su descendencia (que ahora ya incluye nietas y nietos).
Pues  es el caso, ser madre en El Salvador en 2011, más allá de lo  sublime y enternecedor del rol,  puede tener connotaciones demasiado  variadas entre sí dependiendo de algunas cosas como por ejemplo: Dónde  se vive, dónde estudian las hijas y los hijos, qué edad han alcanzado, a  qué están expuestos, y los recursos con que se cuente para protegerles, tomando en cuenta de que a menudo no hay mucho qué hacer para ello.
Esa  noche de enero de 2011 eran pasadas las 7:30 en El Salvador y  Marina estaba en su casa viendo televisión en compañía de su familia.    El hijo de Marina tiene 19 años y después de cenar avisó que va a salir  un momento al Cyber-café, ella dijo aquella frase conocida que casi todo el mundo ha escuchado decir a su propia  madre alguna vez: “mejor no  salgas porque ya es tarde” y el hijo respondió también lo mismo que  también cualquiera ha respondido muchas veces: «ya voy a volver, no me tardo» y se fue.  
No  habían pasado 5 minutos cuando se escuchó una descarga de balazos y con el instinto materno activado a mil -como es de suponerse-  porque ¿de qué otra forma se explica que en lugar de resguardarse  alguien salga a la calle cuando afuera lo que se oyen son balas?, pues Marina salió  de la casa corriendo y gritando el nombre de su hijo por el  camino que lleva al Cyber.  No había avanzado muchas calles cuando una sombra que venía  corriendo en dirección a ella la agarró de los hombros y le preguntó con  voz nerviosa y cansada ¿Y QUÉ ANDA HACIENDO AQUÍ?.  En ese momento  Marina ya no podía moverse, su cuerpo había empezado a temblar con la  sola idea de que ese chico que tenía enfrente, su hijo que la  sujetaba con fuerza pudiera estar muerto.  Así pasó mucho rato, volvió a  casa, su cuerpo no paraba de temblar y le costó mucho dormir. 
Una pregunta: ¿será  para menos?.
Lo  cierto es que en este país, ser joven y más aún, adolescente se ha  vuelto un difícil de creer, estúpido e injusto sinónimo de "en riesgo de  morir", algo así como una enfermedad latente con la que se va caminando  por la vida y por la que se nos ha dado un diagnóstico de muerte... 
Hace  poco escuché la opinión de algunos adolescentes a los que se le  preguntaba ¿qué piensan de la violencia en El Salvador?, y sus  respuestas contundentes eran duras y pueden resumirse en algo como lo  siguiente: «me duele cuando pienso que somos su blanco». 
Las  pandillas, los narcos, la violencia que se genera al rededor de estos  temas, la delincuencia común y la organizada, todas y todos parecen  tener su vista puesta en un sólo objetivo: la juventud.  Acaso porque  son dóciles, volubles, aprenden rápido y su temeridad no tiene límites  "todavía".
Cuenta la Biblia de los Cristianos que el anciano Simeón profetizó a María, la madre de Jesús de Nazaret lo siguiente: "Una espada atravesará tu alma" (Lc. 2, 34-35).  Y así fue: Al hijo le atravesó una lanza el costado y a la madre una espada le traspasó el alma.
Esa  es la imagen que aparece en mi mente hoy por hoy acerca de las madres  de tantos jóvenes que mueren asesinados en este país.  Trece,  catorce, quince... ¿veinte años?  
Las madres de hijas e hijos jóvenes en El Salvador más allá de las preocupaciones normales respecto al crecer y experimentar cosas de  "grandes" típicas de la curiosidad juvenil como el contacto con algún tipo de drogas y el alcohol o los inicios en el sexo  y el amor (que podrían resultar en enfermedades y/o embarazos  prematuros), sobrellevan la pena de saber que  jugando un partido a campo abierto, en el camino de la escuela, viajando  en el bus hacia cualquier sitio, regresando de una fiesta o en casi  cualquier otra situación sus hijas o hijos adolescentes pueden no sólo  ser víctimas de un atraco sino perder la vida.   
Fue  tal vez la cruda certeza de que eso es posible lo que activó el “otro  sentido” (más allá del sexto) de Marina y le avisó esa noche de enero de  2011 que un peligro real y concreto asechaba las calles de su colonia y  en un momento determinado le puso a temblar todo el cuerpo desde los  pies a la cabeza con la sola idea de que la pesadilla más grande de  cualquier madre se materializara frente a sus ojos y su impotencia.
Contando  a mi mamá lo sucedido a Marinita (como me gusta llamarla), ella me dijo  con su sencillez y sabiduría de siempre algo que no puedo saber por  experiencia propia y de sus palabras sale el título de este post: «ay  hija, es que yo pienso que hoy tener hijos así jovencitos es peor que  durante la guerra, porque entonces había peligros, los jóvenes se  enrolaban en uno u otro ejercito, a veces había balaceras y a uno le  podían matar los hijos, pero ahora, es como si les tuvieran hambre, como  que se los quisieran acabar a todos (...)»  Exactamente, pensé yo, eso es lo que parece.  Los jóvenes parecen un  blanco fácil cuando se vive en medio de las situaciones que propicia la  pobreza que se conjuga con las causas de la violencia y la delincuencia  en este país.
La noche de la candelaria leímos noticias de la Región que atañen a la infancia y la adolescencia, luego intentamos recordar la noticia que más nos había impactado en los últimos tiempos y que tiene que ver con el mismo tema en nuestro país. Cada quien pudo referir uno o más casos porque loq ue queda claro es que hay para escoger...  
"Un menor muerto y otros dos heridos en Soyapango"  dice el titular del periódico . Mientras a Marina el corazón le enviaba un aviso de peligro aquella noche, un adolescente murió y 2 más quedaron heridas; efectivamente la  muerte rondaba la zona y según lo que dice la noticia desde un vehículo en marcha  dispararon a un grupo de 7 jóvenes que estaban reunidos viendo un partido de basketball, el que murió tenía 16 años y  las heridas que eran dos chicas 16 y 12.  ¿Quién disparó, por qué? A saber.   
El  carro era gris y casi nada más.  Al joven muerto no se le relaciona con pandillas así que como tantas otras veces queda la  especulación "quién sabe en qué andaba", como a la gente le gusta decir  en lugar de enfrentar el hecho de que la juventud de este país no tiene  que hacer “mucho” para ser blanco de la delincuencia, porque está  muriendo, en muchísimos de los casos, por razones ajenas a sus  decisiones o acciones y no todos andan metidos en cosas indebidas, no  todos los que mueren están pagando algo, simplemente, mueren porque  las condiciones están dadas para que así suceda.  Parece ser como si nacieron y crecieron en un país donde ni la policía, ni los vigilantes  privados, ni su instinto, ni todo el aparato de seguridad del Estado, ni  sus padres, ni el corazón de sus madres les brinda la protección que  merecen, porque el peligro multiplica sus manos y estas son largas y muy  hábiles. 
Tal  vez este hecho como tantos otros va a quedarse en la impunidad, esa  misma en la que ha quedado el asesinato de tantas y tantos y a la que  deben someterse las madres que tienen que vivir con el dolor de la  pérdida y la impotencia.   
Por  eso esa noche en la celebración de La Candelaria, cuando pedíamos a una  voz que “venga a nosotros la luz” lo hacíamos con el sincero deseo de  saber enfrentar el tiempo que vivimos, en el que vemos morir a tantas y  tantos jóvenes dejándonos tras de sí  -al menos a mí- la  sincera interrogante sobre la sociedad que hemos construido y que  estamos legando a las nuevas generaciones.  ¿Es acaso la niñez y la  juventud responsable de la violencia que les mata? ¿Es la juventud la que dispara o el blanco a dónde van a parar las balas? ¿Nos hacemos cargo las adultas y adultos de la gran responsabilidad de su protección?.
Cuando  empecé a escribir sobre este tema tuve la intención de hacer un recuento  de las muertes de jóvenes que aparecen en los periódicos cada semana (solamente  en lo que va del año), pero cuando empecé a buscar me entró tal  grado de ansiedad y de tristeza que mejor decidí no poner los enlaces ni  hablar de estadísticas ya que finalmente, nuestra juventud es más que  números y cada joven que muere por homicidio es alguien que tenía un  nombre, una historia, una familia y muy a menudo una madre que llorará  hasta el último día de su existencia por su muerte.
Complejo el tema concluíamos aquella noche de La Candelaria.  “Venga a nosotros la LUZ” sigue siendo mi ruego.
 
2 Response to "Madres en la guerra y en la paz..."
Hola. Que raro se siente ser mencionado en un blog. Pues soy Raúl, el de los primeros párrafos. Agradezco a Mary llevar a todos sus lectores esta reseña de la tradición de la Candelaria que celebro en mi casa desde hace algunos años. Cada vez es diferente; lo que no ha variado es la luz de las velas y la luz con que el evangelio nos ilumina los pequeños y grandes eventos de nuestras vidas. En esta ocasión ha iluminado más que nunca porque nos ha hecho presente a los niños y niñas de nuestras vidas, incluyendo los niños que fuimos, y que aun retozan en nuestro interior. No se si existe una clave mágico para poder rescatar a toda la niñez y la juventud pero si se que cada uno de nosotros ha sido rodeado de niños y jóvenes y que con que logremos rescatar a uno solo de estos más desvalidos habremos rescatado al mundo y detenido la linea eventos desafortunados que se suceden unos a otros como una larga linea de piezas de dominó con solo que saquemos a un niño o niña o joven de esa larga hilera de fichas. Quizá la clave sea hacer brillar la luz de ese niño interior que aun vive en nosotros y que recibimos de nuestros padres, familiares y amigos. Cada uno esta constituido en el ángel guardián de todos los niños y niñas que nos rodean.
Gracias Raúl por tu comentario, y por invitarnos hacer nuestra la tradición de la celebración de la Luz. Es reconfortante contar con tu amistad y tus fuerzas cuando de poner manos a la obra se trata en este camino de intentar ser luz y dejarse alumbrar para encaminar a las niñas y niños que son parte de nuestra vida. Un abrazo amiguito y ya veremos qué oportunidades tenemos en este año para que la luz brille en nuestras manos.
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Gracias,
Ma. Ofelia